miércoles, 23 de septiembre de 2009

Tango

Año 2008


El trabajo en el Taller se hace cada vez más interesante, a medida que vamos conociéndonos mejor. “Yo me doy cuenta de que cada vez llego más temprano”, dijo una integrante. ¡Y sí! El tiempo nos desaparece como en los laberintos de Borges, son casi las seis y vemos que la puerta se abre y comienza a entrar gente. Entonces, nos apuramos para que todos puedan leer sus trabajos y, comenzamos a guardar carpetas y pares de lentes y las tacitas que trajo Alejandra junto a un delicioso termo con café, caliente, para atemperar el frío que produce la partida y la ausencia de calefacción, En esa vorágine alguien pregunta: “¿Tenemos alguna consigna?”, mientras la Profe grita, desesperada, “¡Ya llegaron los del Tango! ¡Desocupemos las mesas!” Y entonces, alguien dice: “Esa es una buena consigna”. Y… ¿por qué no? Decidimos usar esa frase como comienzo de nuevas historias y así han ido apareciendo.


YA LLEGARON LOS DE TANGO


Año 19… no recuerdo. Vivía en la Provincia de Buenos Aires, en un pueblo siempre olvidado por los gobiernos de turno. Sólo estaban asfaltadas dos largas calles que cruzaban el vecindario, marcando los cuatro puntos cardinales; el resto era polvo y lodo, según los avatares del clima.
Era de esos pueblos en los que nunca pasa nada y hasta la muerte de un perro vagabundo era un acontecimiento. Uno de esos lugares de futuro incierto en el que sólo quedaban padres, abuelos, niños y nosotros; los así llamados púberes…. de pantalón corto, ansiosos por estrenar los largos, pelo cortito con jopo y hormonas a punto de estallar.
A veces llegaba un circo de payasos aburridos, acróbatas entradas en carnes y malabaristas entrados en años y sólo la paloma del mago como representante del reino animal. Otras subía al escenario, en la plaza, algún ignoto cantante que se esforzaba por no desafinar demasiado. Esto quebraba la monotonía del pueblo, pero no la nuestra.
De golpe, comenzaba a circular un comentario de boca en boca: ¡Ya llegaron los de Tango!, mientras nosotros murmurábamos: ¡Ya llegaron las de tango! Entonces sí: nos endomingábamos, poníamos gomina a nuestros jopos y nos sentábamos en el suelo bien pegados al escenario. Desde allí, con sólo levantar los ojos descubríamos los tacos finitos y altísimos que estilizaban aun más las suaves curvas de las pantorrillas, el hueco de atrás de las rodillas, el refuerzo de las medias negras sostenidas por el portaligas y , finalmente el tesoro codiciado rodeado de puntillas. Al día siguiente, cuando el ballet hacía su segunda presentación, cambiábamos de platea: sin prestar atención al jopo, nos trepábamos a los árboles y, desde allí, observábamos los escotes pronunciados mostrando las dos mitades de un mismo encanto y el surco que las separaba. Cuando terminaba la función competíamos para ver quién había visto más mientras nuestras fantasías e imaginación superaban ampliamente la realidad.
Así transcurrieron algunos espectáculos, hasta que nuestras madres descubrieron en las sábanas huellas inequívocas: ya no éramos sus chiquitos. En un vano intento por retenernos en nuestra niñez y cual implacable Catón nos prohibieron el uso de nuestras plateas preferenciales.
Mi padre mantuvo conmigo una conversación que me hizo sonrojar y que no entendí del todo; luego me acompañó a Juan el peluquero de adultos y a Lirozi, el sastre, que me hizo mi primer traje de pantalones largos.


MARÍA ELSA


YA LLEGARON LOS DEL TANGO….


El zapateo se hacía cada vez más fuerte. Las polleras con volados giraban, revoloteaban.
Las castañuelas gemían al compás de la guitarra.
El cantaor inclinaba la cabeza, con los ojos cerrados, mientras su voz vibraba, como una cuerda tensa, como si fuera a quebrarse.
Los tacones arremetían con ímpetu.
La bailarina con sus lunares se acercaba y se alejaba, con el cuerpo arqueado, sensual, exhibiendo el deseo, haciéndose desear.
El zapateo se volvió frenético. Los que estaban en la sala casi no respiraban.
Cuando de pronto escucharon “Ya llegaron los del tango…”


María Marta Solanas


¡Ya llegaron los de tango!


¡Ya llegaron los de tango! Algunos hermanos de esa cofradía aparecen antes de que terminen los rituales de la nuestra y se acomodan en las pocas sillas que circundan el amplio espacio del salón, para ellos, una pista de baile y para nosotros, sólo el lugar que alberga una mesa amplia, de diseño variable, formada por tablones montados sobre caballetes, las sillas rescatadas de la periferia del salón, un micrófono y nuestros papeles. Allí, cada uno se siente feliz, expectante, de leer sus propios juegos con la palabra y escuchar los de los otros. Todo ello, bajo la égida de la Cofrade Mayor, la “profe” Graciela (por su jerarquía, entiéndase bien).
Y verlos a ellos significa que ya es hora de irnos.
Ambas cofradías se entrecruzan en el espacio y en un tiempo breve. Suelen intercambiar miradas de contenido no siempre descifrable: ¿Curiosidad, impaciencia, cierta “hostilidad”, tal vez?
Pero, hermanos del tango, al que aman y disfrutan, bailando a su compás; consideren que de ningún modo nos excluimos. ¡Cuántos de nosotros lo amamos también, por su música, por sus letras, creadas por poetas de la talla de Manzi, Cadícamo, Espósito, el mismo Borges, y otros!
Seguramente, entre ustedes habrá también quienes amen la palabra, oral o escrita, en algunas o muchas de sus formas.
Quizás el día llegue, en que podamos aunarnos con algo en común. ¡Que así sea!


ELSA BERNALES

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