miércoles, 23 de septiembre de 2009

Los Serafines

“UN MOZO FELIZ Y DELANTERO”

Serafin, el más irrepetible de los mozos del Bar del Club Bohemios, necesitó veinte años de argumentos para convencer a todos de que cuando decía que jugaba de mozo-delantero no lo hacía porque atendía las mesas de adelante del bar. Lo de él era otra cosa, algo mucho más profundo, una seguridad que terminó de quedar clara cuando, por fin, se sacó del cuerpo el uniforme blanco de cada uno de sus días de trabajo y siguió ejerciendo de mozo, pero envuelto en una camiseta de fútbol que a la altura del pecho lucía dos manchas de café y en la espalda tenía un numero 9.
Reafirmar una identidad a veces exige sólo de un gesto y otras veces, de muchos. Serafin, además de enfundarse su camiseta de mozo-delantero, eligió la segunda posibilidad, extendió sus dotes de jugador a cada una de sus acciones como mozo del Bar del Club Bohemios, un lugar donde el fútbol y la respiración eran casi igual de importantes. Daba placer verlo cuando traía las tazas de café pateándolas del pie derecho al izquierdo sin desperdiciar ni una gota, o mientras brillaba al cabecear los sobrecitos de azúcar para dejarlos justo al lado de las manos de los clientes. Pero su conducta más notable era cuando recibía y reproducía los pedidos de la gente. Entonces, lo atrapaba la concentración de los poseídos y gritaba, con las cuerdas vocales en sinfonía, con las venas completas y con un puño golpeando contra el pecho, “dos cortados y una lágrima para la mesa de los veteranos jugadores”. Era extraordinario porque el aire resonaba con el mismo eco que provoca cantar un gol.
Hace poco, cerca del final de un sábado, dos desconocidos amagaron con pedirle un café con crema, pero, al detectarlo tan virtuoso, terminaron ofreciéndole un contrato en un club situado a miles de kilómetros. La propuesta incluía fama, futuro y dinero, Serafin la rechazó con gentileza. “Yo no soy un delantero frustrado, soy un mozo delantero”, explicó mientras le hacia gambetas a las sillas llevando una tacita en el empeine, convencido de que ninguna gloria es mas grande que ser quien uno quiere ser.
Así que se quedó ahí, siempre mozo y feliz, siempre mozo-delantero, siempre con su espalda luciendo el número 9. Puede comprobarlo cualquiera que vaya al Bar del Club Bohemios y se arrime a las mesas de adelante.


ANDRÉS LA FORGIA


Es uno de los más nuevos integrantes del Taller de Producción de Escritura Creativa. Tiene cuentos escritos. Admira al Negro Fontanarrosa, al que dedica este cuento. Permitió que otros compañeros utilizaran su comienzo para crear sus propios “Serafines”.
Es curioso observar que todos tienen como un perfil similar. Podemos decir que Serafín es YA el personaje del 2009.



SERAFÍN Y PAUL


Serafín, el más irrepetible de los mozos del bar Bohemios, necesitó 20 años de argumentos para convencer a todos de que él había estado cara a cara con su ídolo de la juventud.
Repetía una y otra vez a quien quisiera escucharlo, “Yo le preparé un sandwich a Paul Mc.Cartney… sí, así como lo escuchan.”
Contaba cómo Paul había entrado de improviso por la puerta del bar, un domingo muy temprano, aquel año que vino a tocar solo, por última vez. Estaba acompañado de dos personas y se había sentado en aquella mesa que daba a la ventana, y en una maraña de palabras que Serafín nunca entendería , señaló la campana de vidrio y con un gesto universal le pidió “un sandwich”.
Entre nervios y emoción, y sin nadie para legitimar semejante encuentro, fue a la cocina, sacó la pata de jamón crudo reservada solo “para los buenos clientes” cortó cuatro fetas generosas, untó el pan francés recién llegado de la panadería con la mayonesa casera y puso el mejor queso que tenía, en realidad, el único.
Buscó entre los platos menos cachados, colocó dos servilletas de papel y lo apoyó como quien lo hiciera con una joya preciada.
Cuando llegó a la mesa y se lo entregó, sus manos temblaban de la emoción. Se quedó petrificado esperando que diera el primer mordisco, y mientras lo observaba con detenimiento se sintió transportado en el tiempo, por un instante se vio a sí mismo joven y con el cabello largo, tratando de que la guitarra sonara al son de “Anochecer de un día agitado”, tal cual salía de su Winco.
Nadie a su alrededor, nadie, sólo él y Paul
Y cuando podía hasta escuchar los acordes, su ídolo le dijo en un inglés perfecto, “it’s wonderful”… mientras los acompañantes trataban de pagarle, Paul se fue con el sándwich a cuestas, se subió en el auto negro y se perdió en el amanecer.
Contó esta historia una y otra vez, soportó todas las risas, miradas burlonas y hasta llegaron a tildarlo de estar “medio loco”.
Pero llegó ese día maravilloso… el titular de la sección espectáculos de Clarín decía en letras grandes “Nuevamente Paul en la Argentina”. Lloró al leer el breve reportaje, donde le preguntaban qué recordaba de su último viaje, a lo cual Paul contestó: “Un sandwich de jamón crudo que comí en el auto cuando me llevaban al aeropuerto. Was Wonderful”.
Compró tantos diarios como mesas tenía, colocó la misma hoja en cada una, y con resaltador amarillo marcó la parte del reportaje que quería destacar.
Cada uno de sus viejos clientes que iban llegando, lo leía perplejo.
Serafín guardó silencio, pero ese día cuando sirvió café, todos lo miraron con respeto y vendió mas sándwiches de jamón crudo y queso que en toda la historia del viejo café Bohemios.


Liliana Lopes

Nueva integrante del Taller de Producción, interesada en leer para otros. Tiene dos hijos y trabaja como secretaria. Canta en un Coro. Esta es su primera experiencia y nos dice que está descubriendo el placer de escribir. Excelente colaboradora, comenta los textos de los compañeros y los disfruta tanto como a los propios.




EL SUEÑO DE SERAFIN


Serafín, el más irrepetible de los mozos del Bar del Club Bohemios, necesitó 20 años de argumentos para convencer a todos de que podía ser mozo
Había nacido torpe. De bebé sus ojos solían lucir una aureola morada ya que se golpeaba cada vez que intentaba llevar algo a la boca. Más de una vez se puso la mamadera en la nariz logrando que el líquido se escurriera por los orificios, ahogándolo. Aprendió a andar en triciclo cuando le pusieron rueditas. Bicicleta, patines, monopatín fueron objetos prohibidos. Nunca pudo jugar un juego de mesa porque invariablemente hacía volar el tablero. En el football ganó sus mayores enemigos entre los compañeros de equipo pues se convirtió en especialista en goles en contra. Cada vez que pasaba por una puerta enganchaba mangas, cinturones, bolsillos en los picaportes. Los cordones de los zapatos desatados, ya que hacer moños era una empresa imposible, hacían que anduviera a los tumbos. En su casa la vajilla era de plástico, no obstante lo cual lograba que tuvieran una rajadura de más o un pedazo de menos.
A los 15 años entró a trabajar en el bar de su abuelo en el Club Bohemios. Barría, levantando nubes de polvo en el momento que había más clientes, vendía golosinas (chiclets laxantes por chiclets comunes, caramelos por galletitas). Hacía mandados (siempre llevando un papel escrito).
Con los años quiso comenzar su carrera de mozo, nadie pudo persuadirlo de lo contrario. Siguieron sus desventuras, llevaba sobres de sal en lugar de edulcorante, servía gaseosa hasta que se derramaba. Mientras limpiaba la mesa golpeaba con el codo al cliente, tropezaba con las patas de las sillas y desparramaba el contenido de la bandeja. Pero eso sí, no había nadie como él para escuchar y dar consejos, para decir la palabra certera en el momento oportuno. De risa fácil y alegría contagiosa su buen humor daba un clima especial al lugar que todos conocían como el bar de Serafín.
Los parroquianos soportaban de buen grado las torpezas a cambio de su calidez, gracia y buena onda.
Si tenían un pesar iban al bar de Serafín a buscar consuelo y comprensión. Si tenían una alegría iban al bar de Serafín a compartirla. Así creció el bar y se convirtió en el centro de reunión del pueblo.
Han pasado 20 años. Serafín no ha cambiado, sólo que ahora es el dueño y ese bar es el único lugar del pueblo que siempre tiene una vacante para esa persona diferente que nadie quiere emplear.


Elsie Roldán


Está en el taller de producción desde el año 2008. Pertenece al grupo de Lectores. Profesora de Educación Física, asiste a varios Talleres de la Municipalidad. Llegó al nuestro buscando una nueva forma de expresión y se ha transformado en una de las integrantes más activas. Ha logrado un estilo más conciso y se caracteriza por su humor. Algunos de sus cuentos fueron leídos en público y publicados en la Revista EL PORTAL.

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