miércoles, 23 de septiembre de 2009

Los Zapatos

LOS ZAPATOS


Subí al desván a poner un poco de orden, regalar lo que sirve, tirar lo inútil, tantos años guardados, señal de que nadie lo usará. Saqué una pila de libros, los coloqué en una caja, retiré la segunda, y al mirar con atención, vi una caja de zapatos envuelta y atada con mucha prolijidad. La desaté, levanté la tapa y encontré un par de zapatos, no sé, yo diría “raros”, cosidos, estaban todos cosidos, la suela parecía de cuero, estaban gastadísimos, los levanté y encontré una carta amarillenta con la firma de mi abuelo Ángel. Ver su letra me obligó a recordar cómo llegó a la Argentina: “Estaba yo en la montaña, cuidando las cabras, cuando llegó transpirado y rojo mi hermano Alfonso.
– Que te vas a la Argentina, sí, Ángel, ¡Qué te vas!– Yo seguí tallando mi balero y no creí ni una palabra. Cuando llegué a casa vi a mi madre con ojos llorosos y a mi padre, no sé cómo lo vi, si triste, si aliviado…” El abuelo nos contó mil veces la historia. “Mi padrino, hermano de mi madre, hacía diez años que había partido. Después de mucho trabajar tenía un bar en la Avenida de Mayo y me escribió diciendo: Te ofrezco pasaje, casa, comida y trabajo o seguir trabajando para mí, con sueldo, por supuesto, ¡piénsalo chaval! Después de mucho hablarlo, mis padres dieron el permiso, el cura de la aldea trajo de Oviedo dos trajes, camisas, ropa interior, un saco grueso, una gorra muy bonita, una bufanda roja y dos pares de zapatos, uno me quedaba grande y el otro chico…”
“Mis sentimientos eran encontrados, tenía miedo, orgullo de ser el elegido, pasaban por mi cabeza miles de pensamientos. Desde dos meses antes de mi partida, mi padre se encerraba en el altillo y trabajaba dos horas diarias, no quería decir qué hacía, pero se escuchaba machacar y machacar. La noche antes del viaje, al terminar de cenar, mi padre me dio un atado, al sacar el nudo encontré un par de zapatos, yo los vi hermosos, lustrados con grasa de vaca, cosidos todos a mano. Verlos y largarme a llorar fue todo uno, lo abracé muy fuerte y le dije: “¡Gracias, padre, gracias!” Él, con gran emoción me contestó – ¡Que un hijo mío no pisará tierra argentina calzado con zuecos!
Nos abrazamos, me los probé y parecían guantes por lo cómodos que eran… El viaje duró veintitrés días, no lo pasé muy bien, el barco se movía mucho y mi estómago con él, los de primera me daban golosinas y frutas para escucharme hablar… ¡Por fin llegamos a Buenos Aires! ¿Y si no estaban? Pero los vi, respiré profundo y cuando mi padrino me abrazó creí que me rompería las costillas. A la semana empecé a trabajar, estaba feliz, extrañaba a los míos, pero comía rico, dormía calentito y mi tía me mimaba un montón. Ellos tenían tres niñas y el varoncito era yo. Usé siempre mis zapatos hasta que me quedaron chicos, gastados y transpirados, pero no los pude tirar. Los limpié, los llené de papeles, los puse en la caja y escribí esta carta. La caja me acompañó siempre y cuando compré esta casa los guardé en el desván. Posdata: el que los encuentre, haga lo que quiera, guardarlos, tirarlos, no sé, lo que quieran”.
Terminé de leer la carta y el llanto limpió tantos recuerdos…los zapatos de mi abuelo, que él atesoró con tanto amor, mi bisabuelo que los hizo de igual manera, amor, amor…
Por la noche les conté a mis hijos la historia de los zapatos, subieron al desván y uno de ellos me dijo – Mamá, esto es una reliquia y un orgullo ser de aquellas raíces, los pondré en un estante de mi cuarto y les contaré a mis hijos la historia de estos hermosos zapatos, que quedarán en la familia mientras dure el respeto y el recuerdo de nuestros queridos mayores.


NELLY PAMPIN

Nos acompaña desde el 2005. Ha leído sus textos, muchos humorísticos, en público.
Abuela y Bisabuela, participa también del Taller de Escritura para Discapacitados Visuales del Instituto Bignone. Acepta los comentarios y es respetada y amada por todos sus compañeros.


DOS HISTORIAS POLICIALES


Extraordinaria aventura la de escribir, experiencia única, este dejarse llevar por las imágenes, por los personajes que, de pronto, aparecen y van desovillando sus historias. De un primer impulso (un recuerdo, un sueño, algo leído en el diario, un lugar olvidado) va saliendo el relato que a veces nos arrastra, casi sin darnos cuenta. Tratamos de impulsarlo hacia un lugar determinado, pero es inútil, esos seres que habitan en nosotros, nos imponen sus decisiones, nos arrastran hacia un final que llega incluso a sorprendernos.
Heidi Rossi, especialista en mini- cuentos, propuso un comienzo: “Todo estaba listo para recibir a los invitados, hasta los más mínimos detalles, cuando se cortó la luz”.
Al oírlo, las historias aparecieron, todas distintas, en la mente de cada uno de nosotros.
Elegimos estas dos, de dos integrantes nuevos, porque podrían catalogarse como “policiales”, género que pensábamos “explorar”, utilizando dos relatos, uno de Roberto Arlt y otro de Rodolfo Walsh., sencillos pero atrapantes.



FIESTA

Todo estaba listo para recibir a los invitados, hasta los más mínimos detalles, cuando se apagó la luz. No podía creerlo. Emitió un gruñido de rabia. Había planeado aquel evento por horas. Cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas que volviera la luz. Pero cuando los volvió a abrir todo seguía sumido en la más absoluta obscuridad.
Apoyó la espalda contra la pared. Oyó ruidos en el pasillo. Conque había sido él. No, esta vez no lo arruinaría todo, no se lo permitiría. Estaba preparada.
Él llevaba varios años arruinando su vida, malogrando cada buena oportunidad que había tenido. Pero no esta vez. Hacía semanas que lo había decidido. El plan era perfecto. Sólo un esfuerzo más y ya no tendría de qué preocuparse.
Tanteó la pared a su espalda y avanzó decidida hacia la cómoda. Abrió el cajón del medio. Buscó con los dedos por debajo de los manteles hasta que sintió el metal frío. Tomó el arma con fuerza y sin pensarlo dos veces la amartilló.
Sus ojos ya se habían adaptado a la oscuridad.
- “Pablo, ¿dónde estás?”, llamó con voz dulce.
- “Acá abajo. Dame una mano con estas llaves. No me acuerdo cuál va para arriba y cuál para abajo”, contestó el hombre.
Caminó con paso seguro por el pasillo que llevaba al sótano. Colocó la mano sobre el picaporte pero algo la distrajo. Al otro lado del pasillo la puerta que daba al jardín estaba abierta. No recordaba haberla dejado así, pero no tenía tiempo de pensar en eso. Todavía había un asunto por solucionar.
Suspiró, enderezó la espalda y empuñó el arma firmemente delante de ella. Había pasado suficientes horas pensando y analizando cómo evitar que él volviera a lastimarla. Y tan sólo un par de noches atrás la respuesta había surgido en su mente. Sólo tenía que abrir y disparar. Así lo hizo.
Pero jamás imaginó que pudiera ocurrir aquello.
Volvió la luz que Pablo había encendido antes de caer con un tiro en la frente. Se paralizó. Algunos invitados gritaban de horror al ver la sangre de Pablo que se extendía por el piso. Otros, los que estaban más al fondo y no habían llegado a ver la escena gritaban: “¡Felicitaciones Licenciada!” o “¡Sorpresa!”. De pronto todo fue silencio, el más absoluto silencio. La vista comenzó a nublársele. Sus rodillas se aflojaron, sintió como su cuerpo caía. Eso fue lo último que supo.


NADIA REY

Joven, estudiante, llegó al Taller de Escritura por comentarios de ex alumnos. Es su primera experiencia en contar una historia y se la ve ansiosa por mejorar.


UNA NOCHE

Todo estaba listo para recibir a los invitados, hasta los más mínimos detalles, cuando se apagó la luz. Desde el garaje se escuchó gritar “Pablo, fijate en la caja de las luces que saltó otra vez la térmica”.Pablo fue rápidamente hasta el tablero y conectó nuevamente el suministro de electricidad. Se oyó también, “Ah! Y ayudá a la señora, que los invitados ya llegan”.
Pablo era el criado que hacía las veces de jardinero, chofer y hombre práctico de la casa. Fue hasta el comedor y se encontró con el cuerpo de la señora Inés tirado en el suelo, bañado en sangre, al lado un cuchillo ensangrentado. Horrorizado intentó levantarla pero no había señales de vida; llamó a los gritos al señor Javier, quien vino corriendo y al ver a su mujer en ese estado llamó a la policía y a emergencias.
Cuando llegó la ambulancia comprobó que no había signos de vida, no tocaron nada y esperaron a la policía.
Comienza la investigación. La comisión la integran el inspector Ardañez y el subcomisario Gómez, dos experimentados investigadores; observan detenidamente la escena, a simple vista se trataría de un crimen ya que la señora tiene la herida en la espalda. Interrogan a los dos hombres mientras sus subordinados revisan la casa en busca de pistas. No hay violación de cerraduras ni de ventanas, tampoco señales de lucha en el comedor. Al revisar el cuarto de Pablo los policías encuentran detrás de un mueble un par de guantes ensangrentados y en la manga de un saco, manchas de sangre; además dentro de un florero un fajo de billetes. Aunque Pablo alega inocencia, las evidencias demuestran lo contrario. Comienzan a llegar los invitados y el Sr. Javier debe informarles de la tragedia.

“Parece todo fácil, ¿no Gómez?” pregunta el inspector. “Demasiado fácil, creo que este caso nos va a dar trabajo, veremos qué sucede cuando el Juez les tome declaración”.
Llegó el día del interrogatorio en el Juzgado y están presentes: el Juez, su secretario un escribiente y Ardañez y Gómez.
De las preguntas que hace su Señoría, surge el hecho (que relata el Sr. Javier) que desde hace un tiempo faltaba dinero; lo habían conversado varias veces con su señora y las sospechas recaían en una cocinera, pero no tenían pruebas. Ahora bien, al encontrarse ese fajo de billetes en la habitación de Pablo, el Sr. Javier sospecha ahora, que éste había sido el ladrón, y la Sra. Inés, seguramente lo había descubierto. Entonces Pablo decidió eliminarla.
Pablo insistía en que ese dinero no era suyo, tampoco los guantes, lo que no podía explicar eran las manchas de sangre en su saco.
Siguieron las preguntas y en un momento dado, el Subcomisario Gómez pidió intervenir, el Juez accedió, Gómez pidió ver los guantes que eran la prueba del delito. Los examinó un largo momento y, para sorpresa de todos, le pidió a Pablo que se los calzara. Éste intentó hacerlo, pero sus manos eran demasiado grandes para esos guantes, entonces Gómez le solicitó al Sr. Javier que se los probara. Éste lo miró seriamente y preguntó: “¿De qué se trata todo esto? No veo razón para hacer esta ridiculez”.
“Por favor Sr. Javier, intente ponerse los guantes”, insistió Gómez. El Juez lo miró e indicó que lo hiciera. Javier lentamente tomó los guantes, y se los colocó. Calzaron a la perfección. Primero pálido, luego rojo de furia gritó: “¡Malditos, malditos! Me venían traicionando desde hace tiempo en mi propia casa. ¡Sí, sí, yo la maté! Se lo merecía después de todo lo que hice por ella” y rompió en sollozos.
Una vez completados todos los trámites, los asistentes se fueron retirando. Los últimos, el Inspector y el Subcomisario, iban lentamente caminando por el pasillo de tribunales, comentando lo que había ocurrido. El Inspector le preguntó a Gómez: “Dígame, ¿cómo se le ocurrió eso de los guantes?”. El Subcomisario que caminaba con sus manos tomadas en la espalda, hizo un pequeño silencio y luego respondió: “Fue una corazonada, Jefe, simplemente una corazonada” y se perdieron por el largo pasillo. Afuera seguía lloviendo.


JUAN MILLONES

Se incorporó al taller de Producción este año. Está muy interesado en leer en público y su ambición es poder escribir para Narrar sus propios cuentos. Es asistente puntual y lleva siempre trabajos para leer, acepta con simpatía los comentarios y las críticas, “es muy largo, corte, simplifique”… Al terminar de leer este cuento el grupo (unas veinte personas) aplaudió en forma unánime. Con ese estilo periodístico logró interesar al auditorio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario