miércoles, 30 de junio de 2010

El "Leoncito"

El cuentito de Diego y el León

Por el tío Ariel



Había una vez un diego que se llamaba León y un león que se llamaba Diego.

El niño Diego era un León y era el rey de la selva. Su papá Adrián era “el Rey del mundo”.

El León Diego era un niño y era el sobrino del tío Ariel.

“¿Cómo había que hacer para que Diego sea un niño y León un animalito?”, se preguntó el tío Ariel. Pensó un rato largo. Y dijo: “ya sé... le voy a preguntar a la bruja, granuja y Silvanuja de Silvana”.

La bruja Silvanuja vivía en una cueva de terror.

El tío Ariel le mandó un e-mail. Y la bruja Silvanuja le contestó: “chist”. Luego, agarró la escoba y salió volando por la ventana. Fue a pedirles a las Hadas, Lucila y Celeste, la “Varita mágica”. Con la varita mágica dijo las palabras mágicas: “Abracadabra, pata de Cabra”.

Y finalmente el León se convirtió en el rey de la selva. Pero, lamentablemente, Diego se fue corriendo con su mamá Leticia, porque el León se quería comer al niño, de postre.

Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.



Dedicado a Diego León, en Florida,
el 3 de septiembre de 2009.

sábado, 26 de junio de 2010

El "Leoncito"

Éste es un "loco lindo"

El psicótico

Por Ariel von Kleist

... el neurótico obsesivo tiene miedo

de lo que él podría llegar a hacer.

(Viktor E. Frankl)

Cómo puedo estar diciendo esto cuando estoy... en el cuarto de contención de la clínica psiquiátrica.

“¡Yo soy inteligente!”, exclamé en el consultorio. Y a los gritos: “¡No me falta seso!”. La doctora gritaba: “¿¡Podés parar Ariel!?” , mientras que la enfermera preparaba una inyectable.

Cuando me sujetaron entre cuatro me dijeron: “vení chiquito que esto no te va a doler nada”. Y sentí que me clavaban la aguja, que parecía que me la enchufaban hasta el hueso. Apreté los dientes. Me sentaron a los empujones a una silla y me ataron con correas. Comencé a marearme. “A ver el cárdex de este muchacho”. Y le dieron una hoja del fichero. “Le vamos a hacer un ajuste del halopidol y lo mandamos al spá”, dijo la doctora con la calma ya recuperada. “Hay que avisarle a la familia que le lleven ropa, y que vengan a firmar los papeles de la internación”.

“¡No!”, grité, y me abalancé sobre la psiquiatra con silla y todo. Me caí al suelo. Y después tengo recuerdos borrosos. “A ver Silvia si sos valiente y lo levantás del piso...” fue lo último que escuché. Me dormí como un elefante. Cuando desperté sentía el sonido de una sirena y mucho mareo.

Me bajaron en una camilla y me recostaron en el Office de enfermería. Un hombre de guardapolvo blanco, que tenía una serie de papeles en la mano, y los hojeaba, dijo: “mejor sáquenle las cuerdas”. Se acercó hacia mí. Las enfermeras se retiraron. Me miró, me sonrió y me preguntó: “¿Cuál es su nombre?” Y se quedó esperando una respuesta que nunca llegó. “¿Qué pasó amigo?”, dijo más conciliador. Pero hubo un silencio más prolongado. “¿No vas a hablar? ¿Te tengo que decir como a los chicos, si te comieron la lengua los ratones?”. Con un terrible dolor de cabeza me incorporé y le quité la lapicera de la mano. Se la clavé en la pierna, que fue el único lugar donde pude asestar el golpe, porque me volví a caer. “¡Susana, Leticia!” pegó un alarido el médico. Entraron varias personas de ambo verde, pero ya no veía nada por el dolor y el mareo. “¡Llévenlo arriba y átenlo bien fuerte!... esta fue la admisión más breve de toda mi carrera”, dijo, mientras de un tirón se quitó la punta de la lapicera. Me forzaron a atravesar pasillos y escaleras, donde pesadas rejas se cerraron tras de mí.

Pasé toda una noche lluviosa. A las seis de la mañana, me bañaron y me dieron un pan con mate cosido. “Te ganaste el premio mayor”, me dijo el enfermero de turno, y me aplicó otro inyectable. Sentí como si se me soltara la lengua.

“No sé por qué estoy acá”, hice una pausa. “Lo único es que nos peleamos con mi mujer y le revolié una tijera... Y no sólo eso. Agarré la plancha, y se la chanté en la cara, y le dije: ¡andá a planchar mondongo!”. Y el enfermero me miró sin decir nada. Entonces volví a decir: “Si soy inteligente... ¿cómo puedo estar diciendo esto?”

FIN

Dedicado a la Dra. Alicia Pino,

en Martínez, el 11 de junio de 2009.